DEBEN SER LOS GORILAS, DEBEN SER (Pablo Llonto, revista Un Caño, junio 2010)


Basta pronunciar el nombre de Maradona, aguardar unos segundos y, en un instante, se podrá comprobar de qué lado del país se encuentra el interlocutor.
Estamos lejos de aquel momento de proclamas unánimes, cuando todos decíamos que Dios era argentino y vestía una camiseta celeste y blanca con un tierno diez en la espalda. Hoy, los mortales de estas tierras se dividen, como en los cincuenta, entre gorilas y maradonianos.




El nuevo gorila del siglo XXI, sórdido y estrafalario, tiene afectos campestres. Entre los chanchos y los cardos, sintoniza temprano a Magdalena Ruiz Guiñazú en Radio Continental. Luego cambia de emisora y lee los editoriales de La Nación o se entristece con las malas noticias de la revista Noticias. De sus gustos futbolísiticos se sabe poco: a veces se reconoce hincha de Boca, o mejor dicho plateísta de Boca; es admirador de Los Pumas, y es imposible que por el servicio Premium de su Direct TV observe algún encuentro del ascenso.




Se molestó, y bastante, cuando Diego hizo una precisa mención de hacia donde debía dirigir sus labios el periodista Passman. En apretada síntesis, odia al Gobierno, odia a los piqueteros, odia a Chávez y odia a Maradona.


Indudablemente, el nuevo gorila quedó horrorizado cuando Maradona formó parte del acto en que Cristina terminaba con el monopolio del fútbol. Momento, advierto un error: en el lenguaje de estos hombres y mujeres (porque las gorilas son mayoría, valdría acotar), el nombre de Cristina no existe. Ha sido reemplazado por “la yegua”. Entonces, cuando “la yegua” estaba al lado del Diego, los gorilas le juraron al Diez muerte occidental y católica. Se sintieron como Arnaldo Pérez Manija, la notable creación de Capusotto en Hasta Cuándo y faltó que gritasen “¡señor Maradona, renuncie! ¡Señor Maradona, montonero!”.




El próximo destino de esta gente, tan peluda y tan paqueta, es un junio con las maldiciones en la carne. Gritarán para que Maradona pierda, se enferme o se desnuque al bajar una escalera en Pretoria. Por ende, sus tres deseos al apagar las velitas son: que la Selección fracase, que si pasa de ronda le toque Brasil, o que en la final la mano de Blatter la condene con un árbitro que tenga las mimas deficiencias que Codesal en 1990.
Por estos días leen con mucha atención los editoriales de Clarín y esperan que Wiñazky le escriba a Roa un editorial reflexivo que arroje la siguiente conclusión: “el país no puede seguir rumbo al chavismo futbolístico”.




¿Y qué hay de los maradonianos? Pues que andan también intolerantes. Acuden a todas las macumbas posibles para lograr que los enemigos de Diego sufran algún trastorno tan malo como el que le desean a Cobos. A diferencia de la unidad gorila, hay maradonianos de diversos clanes. La primera mayoría, por llamarla de alguna manera, se proclama peronista. Esencialmente frentevictoriana.
Un dato menor, y medianamente comprobable, los lleva a pensar que el Diego pertenece a la izquierda peronista. Se trata de la observación de los tatuajes que aún habitan la epidermis más idolatrada.

Allí están los rostros del Che Guevara y de Fidel, como para que nadie dude.

Poco saben del peronismo de Maradona. Quizás guarden en sus memorias la imagen soñada, de abril de 2008, cuando Diego se afilió al PJ. O el terapéutico recuerdo de que alguna vez leyeron que Don Diego, el padre, era peronista. Todo ello les alcanza para creer que el mejor regalo para el Bicentenario, para los pueblos morochos y para la Rosada será verlo nuevamente con la misma Copa, la misma sonrisa, pero esta vez con una recepción en la casa Rosada junto al matrimonio K.


Las segundas y terceras y cuartas minorías argumentan muy seguido sentencias revolucionarias. Son algo así como adeptos, nada fanáticos, de algunas medidas presidenciales. Miraron con cierta simpatía los festejos del Bicentenario y ahora aguardan que una Selección que tiene a un líder histórico, anti Clarín, anti Videla y anti Torneos y Competencias, brinde alegría a un pueblo que debe ponerle freno al avance derechoso del trío Iglesia, campo y banqueros.


Los gorilas y los maradonianos se repartirán asimétricamente cuando se inicien las transmisiones desde los estadios sudafricanos. La línea divisoria pondrá de este lado a muchos más de los que somos.
En los bares, en las pantallas gigantes y hasta en los sillones de los domicilios particulares de miles de argentinos se podrá ver a las dos facciones, disimuladamente abrazadas. Y si bien es cierto que Mecí obrará como “prenda de unidad”, no podemos dejar de advertir que el gorilismo resuelve, en estos momentos y sobre un papel, cuál será el afiche anti-K y anti-Maradona que manos anónimas pegarán el 13 de julio.
Probablemente, durante el Mundial los gorilas sufran ciertos retorcijones en el estómago. En especial cuando observen tribunas negras, de mayorías negras. Tendrán siempre el mal chiste a mano.
Probablemente, durante el Mundial, los maradonianos, agrupados en sus diversas etnias, intentarán corear el “Diegooooo / Diegooooo” que sepulte cualquier predisposición opositora de esos días.
Los primeros, qué duda cabe, esperan más la derrota de Diego Armando que la derrota celeste y blanca. Verlo a Diego llorando será para ellos el fin de uno de los símbolos de un Gobierno al que consideran montonero, setentista y maradoniano. Ya hay murmullos en las sentenciosas cabezas de Lilita Carrió, Gil Lavedra, Cletísimo Cobos y un tal Ernesto Sanz, cuyas noches transcurren en la búsqueda de una originalidad para cuando les pongan el micrófono. Si una Sanz fue capaz de predicar que la Asignación por Hijo se iba en “bingo y paco”, también lo podrá ser para plagiar slogans merecedores de un almirante: “nos fue mal por culpa de este negro villero”.
Los sueños de los otros, en cambio, incluyen la sabrosa imagen de ver sobre las multitudes a un personaje que ya alzó la Copa, alzarla de nuevo.
A ese sueño le agregamos una revancha, un dato sencillo de la realidad que define nuestra forma de ver la historia por medio de sus hechos simples: otra vez el héroe será argentino y será barbado.